Crucé el paso subterráneo y olía a colonia de niño. Los peques cruzaban también, a toda prisa para llegar al colegio. Ahí van con sus mochilas cargadas y sus caras de sueño, a encontrarse con otros semejantes que empiezan en esto de aprender a vivir. El olor me trasladó a otros tiempos, a los años en los que mi madre también me pringaba de Nenuco a toda prisa y cargaba con mis libros y mis miedos. No era fácil, nunca lo ha sido, aunque el tiempo haya quitado peso a aquellas preocupaciones y parezca que sólo los problemas actuales son problemas. Ahí están ellos y ellas, a medio camino entre la niñez y lo que sigue, enterándose de cosas que dan vértigo y a la vez, muy mayores para niñerías.

Pero no queda otra.
Hay que subir por la escalera tambaleante, evitar mirar abajo y lanzarse por la tirolina, tragando saliva. Y a ver qué pasa…