El solsticio de verano nos deja turulatos, ese calor, ese máximo de luz, ese verano en puertas. El solsticio huele a mar, a ese mar que nos arremolina la memoria a todos.

A veces uno tiene ganas de llorar de todo lo que nos ocupa la cabeza y no vale nada. Habría que darse al vino y al baile más a menudo para exorcizar los problemas y pasar el fuego, aunque a veces duela.

Cuando no haya nada que reír estaremos muertos, pero eso no va a pasar mañana. De momento hay que hacer buenos guiones para que la vida nos haga gracia. Y creérnoslo.