Ahora los ciervos están berreando por las cumbres, y los corzos no. Eso, y que la cola de los corzos es blanca y la de los ciervos no, son las únicas dos diferencias que conozco entre corzo y ciervo.

Como soriano adoptivo soy limitadito. Tampoco conocía el picor del sol de las tardes de tormenta ni que el alcalde es también el concejal de festejos, pero eso ahora ya lo sé. He ido aprendiendo los días felices del calendario sanjuanero y los de vigilia. He aprendido a callarme cuando me quiero meter con el santoral y dejarlo para los rezos en soledad. He conocido el frío y me aproximo a manejarlo porque aprendí a hacer fogatas con cuatro palos y sin quitarme los guantes.

Pero entre ciervo y corzo me sigo confundiendo. Hoy he visto restos de vísceras de uno, sería un corzo, supongo, por la cola blanca. Alguien lo había tajado para hacer carne en un bosque cerca de Los Llamosos, no sé si por gusto o por necesidad. Tampoco sé por qué la gente tiene tanto gusto por apuntar con una escopeta y disparar.

Los cuernos de este ejemplar del dibujo me consta que son de ciervo, pero si alguien me lo rebate no seré yo quien discuta. Entre galgo y podenco sí distingo. Pero entre corzo y ciervo hay una laguna de conocimiento, un agujero negro de mi comprensión.

Como soriano adoptivo soy cortito, pero veo que este otoño amarillea los chopos muy paulatinamente. ¿Será mejor así?