Esos cielos nos recuerdan lo mortalitos que somos. Isabel se fue sin avisar, aunque como todos quisiéramos: sin sufrir, en un momentito, viviendo hasta el último segundo. No hace falta decir adiós en un minuto concreto, sabemos que esto no dura siempre, lo que pasa es que nos gusta olvidarlo.

Y nació Mateo, con su mofletes machucables, con su olor a nuevo y sus uñitas largas, para agarrarse bien a la vida. Duerme tranquilo sus primeros compases, aún no sabe que el camino puede ser duro, se enterará tarde, en su nido de privilegio y amores.

Así es la vida. Para cuando acabe la mía, más que despedirme, querría tener la seguridad de haber amado bien, de haber reído hasta mearme encima, de llorar de emoción, de haber visto paisajes de los que te quitan el habla, de haber tratado bien a los míos, de haber leído muchos libros, visto muchas películas, bailado en muchos conciertos; de no dejar cuentas pendientes, de estar en paz. Confieso que he vivido, como dijo aquél, hasta el último suspiro.