No conocía a Jill Scott, una chica de Philadelphia que canta como las reinas del soul. Anoche tuve la suerte de escucharla en directo. Es música y poetisa y tiene un volumen corporal imposible de abrazar por completo. Es muy graciosa y lleva un grupo de músicos y coristas impresionante.

Hablaba de amor, roce sexual, intensidad. Hacía bromas sobre productos en spray que daban olor de melocotones frescos a las pelotas de cualquier contribuyente que llegaba a casa después de estar todo el día pagando impuestos. Para anotar. Y húmeda del esfuerzo, le secaba el sudor un chico del coro con suaves roces mientras hablaba con el público. Estimulante.

Con estos mimbres, la Scott se marcó unas canciones tremendas, alimento para descoyuntar las caderas más rígidas. Qué tiparraca. Un ratito de musicaza negra para el espíritu, sin vainas moralistas ni menciones a ningún dios conocido. Bueno, allí la única que pasó por el escenario fue Eros.

Qué placer.