Lo leí mientras cumplía los quince años y me dejó un gran interrogante en la cabeza. Una interrogación que picaba por nueva. Era “El disputado voto del señor Cayo”. Nunca más lo volví a leer hasta hace poco, como quien dice ayer mismo.

Porque fue como quien dice ayer cuando me contaste toda su prosa con una mirada. “Es el mejor”, me dijiste mientras parabas tu mirada azul y amarilla en mi, pequeño aprendiz de todo.

Nunca antes te sentí tan segura. Pensé que era amor lo que tenías con Delibes. Un amor fiel, como antes se era fiel. O como siempre se ha sido fiel, sin traicionar la palabra, transitando otras cosas pero llevando muy dentro la certeza. Leyendo sin perder el norte.

Y hoy, al leer del matrimonio del escritor con su mujer -cuyos detalles no conocía- me he estremecido. Todo el peso de un maridaje con los sentidos, con el idioma, con las querencias, se me ha apoderado durante un instante. Viva Delibes.