Querida mía. Mañana acabamos el año y empezamos calendario nuevecito. Aquí, en Madrid, la víspera de Nochevieja se hace un simulacro en la Puerta del Sol en el que todos pueden ensayar, cada uno lo suyo: el relojero, la subida de la bola y las campanadas; el peatón, las uvas y los buenos deseos; la policía, el control (aparente) de la situación, etc. Voy a ir a presenciarlo con mi hijo el tallarín.

Ahora son las siete de la tarde y llueve a mares pero espero que escampe para intentarlo. Me apetece que haya muchos momentos irrepetibles y burlarme un poco de lo irrepetible de los momentos.

Cuando entró el año 2000 (el efecto 2000, ¿recuerdas?) un grupo de teatro muy conocido fletó un avión Concorde (el Concorde, ¿recuerdas?) para pasar el umbral una vez en París y otra en Nueva York, en la misma noche. Por la velocidad del giro terrestre sólo se podía hacer en vuelo supersónico, pero se lo podían permitir. Y lo hicieron.

Yo querría mañana poder tomar un Concorde y tomar las uvas en Madrid y tomarlas en Soria también. Y a poder ser, recogerte y tomarlas contigo en Hawaii o en Oaxaca o aunque fuera en las Azores no me importaría. O esperar a que te acuestes y meterme en tu cama y esperar a que llegaras de nuevo, como si fuera la primera vez. O la segunda o la penúltima. Da igual.

Y buscarte 2010 cosquillas.