Puestos a recortar, y siguiendo con el análisis chusco de la actualidad que venimos haciendo estos últimos días, yo tengo algunas ideas para recortar en cosas superfluas que no me van a hacer ahorrar, pero me van a liberar un poco las neuronas.

Voy a recortar el número de bolígrafos que tengo en botes sobre la mesa. Esto requiere probar todos y cada uno en un papel para ver si funcionan, lo que se lleva un tiempo. También recortaré ese tiempo, cogiendo varios bolis a la vez. Una vez identificados los bolis que no pintan, liberaría espacio en los botes y visualmente el skyline del escritorio será más llevadero.

Voy a recortar los recibos bancarios que conservo: de todos puedo obtener copia electrónica si se diese el caso de necesitarlos para alguna comprobación. Menos papeles en los cajones y más espacio para otras porquerías. Con ellos haré monigotes y los iré pegando en la chepa de los transeúntes que pasen a mi lado.

Voy a recortar los gastos de cañas y raciones. Me pasaré a los cortos y las raciones serán, como mucho, montaditos. Sin pan.

Voy a recortar el fondo de armario. Leyendo a Arnheim y su “Arte y precepción visual” se da uno cuenta de que fondo y forma son conceptos resbalosos, así que voy a recortar toda la ropa que hace más de un año que no me pongo y convertirla en favorecedores “tops”. Y así recortaré mis perspectivas de ligue veraniego esperando a que vuelvan los pantalones de pata de elefante, que son los únicos que me niego a recortar. Travolta forever.

Por último me recortaré las patillas hasta la altura de la cresta. Esta tendencia capilar se la estoy viendo a los gitanillos de mi barrio y es impactante. Quizá así recortaré mi número de admiradores entre el vecindario formal de mi portal. Tanto decir “buenos días” o “buenas noches” me está empezando a cansar.

Y recortaré en gasto de saliva para poder usarla en cosas más productivas, como lamerme las heridas que me dejan los recortes del gobierno.