Cambian las onomatopeyas. Los timbres de casa, de los teléfonos, de los ombligos… Se pulsaba, se giraba el disco, antes del ding-dong o del bip-bip o del meeeeec, se oía ring ring.

Yo en los ombligos sigo oyendo ring ring. Hay algunos tonos de móvil que quieren sonar ring ring otra vez. Pero no cuela. He puesto en eBay a subasta este teléfono, y en las especificaciones he estado a punto de confesar que era un “ring ring original”.

Hay un apartado específico en esta casa de subastas “online” dedicado a teléfonos antiguos. “Vintage”, dicen. Yo guardo muchas cosas vintage, o sea, viejas. La primera vez que mi madre vio que vendían unos vaqueros ya gastados con precio de nuevos no podía creerlo. Aquello era un claro paso atrás. Con lo que cuidaba ella los tejidos.

Cambian los eslóganes, las consignas políticas, las onomatopeyas… Todo parece más nuevo pero todo son circunloquios para decir lo mismo. Se busca una sofisticación que no cuela, que no aguanta un análisis de texto. Ya decía otro día que las palabras se gastan y se desechan, pero los “avances” de la lengua se disuelven en el diccionario como azucarillos. Neologismos importados que sofistican el ruido de los conceptos pero que no cambian el sonido original.

Nada podrá sustituir el ring ring de nuestros ombligos.