Voy a decir aquí algo que ya se sabe, pero quiero confirmar por si había alguna duda: soy un niño. Sí, un niño, un Peter Pan, un inadaptado al tiempo que me recorre. Un huérfano crónico, un loco consentido, un niño mimado.
Infantil. Una palabra denostada injustamente.
Me gusta que me abracen y que me den muchos besos y que me toquen con toda la intención. Me gusta provocar reacciones y ser revoltoso e incondicional. Me gusta que me atraigan con bagatelas. También me gusta jugar a todo ello en modo batiburrillo y devolver las muestras de cariño una por una y con interés.
En realidad, a pesar de guardarlo todo en cajitas, me gusta encontrarme con cosas inesperadas en lugares insospechados. Me gusta ir todo el rato “recalculando rutas”, como dice la voz del GPS cuando te sales del camino marcado. Me gusta no saber a dónde voy y guiarme por el instinto. Me gustan las turbulencias.
Soy peor dando la razón que quitándola, soy mejor inventando historias que escribiéndolas, soy un hacha improvisando y un negado memorizando las cosas recientes que no dejan cabos sueltos.
Por eso cuando me autocontrolo y evito la espontaneidad, pido a gritos que me dejen ser un desastre. Cuando me censuro soy previsible y miedoso y cateto y desconfiado. Cuando no puedo ser espontáneo, el niño desaparece y envejezco con efectos retroactivos. Y me dan ganas de escapar.
Voy a decir aquí algo que igual no se sabe, pero se intuye: pediré disculpas por ser como soy, pero difícilmente voy a pedir permiso. C’est comme ça!