Estuvimos entretenidos. Con los paseos, los amigos, el solecito y el calor que no tocaban, las camas blancas y espaciosas, el tiempo por delante… Dio para ver que detrás de todo estamos, debajo de la maraña que a veces nos tapa. Dio para entender que también se vive de emociones, de las nuestras y de las que regalamos.

Y no vimos el mar. Como en esa película en la que una chica perdida por París persigue a su amor y nunca ve la Torre Eiffel, aunque la tenga delante. Pero la Torre ahí está. El mar estaba ahí, pero no nos hizo falta verlo.

No esta vez